viernes, 15 de enero de 2016

RELATOS


 

En la lengua del relato como en el sistema lingüístico encontramos un doble proceso: la articulación o segmentación que produce unidades (es la forma según Benveniste) y la integración que reúne estas unidades en unidades de un orden superior (es el sentido).
La complejidad de un relato puede compararse con la de un organigrama, capaz de integrar los movimientos de retroceso y los saltos hacia delante; o más exactamente, es la integración, en sus formas variadas, la que permite compensar la complejidad, aparentemente incontrolables de las unidades de un nivel; es ella la que permite orientar la comprensión de elementos discontinuos, continuos y heterogéneos (tales como el sintagma que no conoce más que una sola dimensión: la sucesión); si llamáramos con Greimas, isotopía a la unidad de significación (por ejemplo, la que impregna un signo y su contexto), diremos que la integración es un factor de isotopía:
cada nivel integrador da su isotopía a las unidades del nivel inferior y le impide al sentido oscilar –lo que no dejaría de producirse si no percibiéramos el desajuste de los niveles-.
Sin embargo, la integración narrativa no se presenta de un modo serenamente regular; a menudo, el relato se presenta como una sucesión de elementos imbricados que orientan una lectura horizontal y también vertical, hay una suerte de “cojear estructural”, como un juego incesante de potenciales cuyas caídas variadas dan al relato su “tono” o su energía: cada unidad es percibida en su aflorar y en su profundidad y es así como el relato avanza: por el concurso de esas dos vías la estructura se ramifica, prolifera, se descubre –y se recobra-: lo nuevo no deja de ser regular.

Características:
Son narraciones orales Anónimos se trasmiten de generación en generación

Ejemplos:
La cigarra y la hormiga. Relato sobre el esfuerzo
La cigarra era feliz disfrutando del verano: El sol brillaba, las flores desprendían su aroma...y la cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su amiga y vecina, una pequeña hormiga, pasaba el día entero trabajando, recogiendo alimentos.
- ¡Amiga hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras canto algo para ti. – Le decía la cigarra a la hormiga.
- Mejor harías en recoger provisiones para el invierno y dejarte de tanta holgazanería – le respondía la hormiga, mientras transportaba el grano, atareada.
La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga.
Hasta que un día, al despertarse, sintió el frío intenso del invierno. Los árboles se habían quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras la cigarra vagaba por campo, helada y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su vecina la hormiga, y se acercó a pedirle ayuda.
- Amiga hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha comida y una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.
La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra.
- Dime amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías mientras yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?
- Cantaba y cantaba bajo el sol- contestó la cigarra.
- ¿Eso hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno-
Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección.

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